17 may 2010
Desde hace años que hago crujir los nudillos de los dedos de mis pies, es un intento de desgarrar la suela del zapato, usar la uña como una gudia para atravesar y dar un palazo en la tierra amontonando un resto de planeta entre la carne y el hueso. Siempre anhelo que alguien los escuche, compartir un poco de mi desasosiego. Al hacerlo desfila un huerto frente a mi ojos, mis pies imaginarios encuentran su lugar penetrando la negra tierra de hojas. Pero es una fracción de segundo, luego vuelven los suelos enlozados, loz zapatos, los calcetines, las piernas bípedas.Es como querer atrapar los cristales del gélido cielo celeste en un amanecer despejado con solo un profundo inspirar. Luego exalas... y la cabeza, ese organo no ornamental, vuelve a aparecer en su forma lingüística a apoderarse del paisaje. Nuestra pequeña maldición.
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