Sin embargo me fue difícil darme cuenta. Pasaron los meses y aun no me percataba del valor de lo que había hecho, mi vida, con mis expectativas y ansiedades se iba tropezando como la de todos en la sociedad, esperaba algún momento de luz y de paz para realizarme... como todos los tontos, soñaba, con obras de arte que cambiarían el mundo, como todos los torpes, perdía el tiempo, cada vez que saludaba al día, saludaba al mañana, cada vez que te saludaba a ti, tú saludabas un proyecto de vida. Sin embargo hoy, descanso en paz, hoy me he percatado que soy un miembro valioso de la sociedad, soy un constructor de cultura, portador de los ideales de nuestra sociedad, la obra de la cual fui parte sin saberlo, servirá para quienes en el futuro apunten con sus linternas a este punto oscuro de su historia, esta época que cada uno de nosotros construye con cada acción de sus vidas.
Para darme cuenta del valor de mi acción artística, tuve primero que observar dos obras del pasado: El Partenón y El Acorazado Potemkin. Cuando Ictino y Calícrates construyeron El Partenón, edificaban el alma y la voluntad del humano de su época, cada dios representado por Fidias el escultor, era el dios que resguardaba de dudas al ateniense protegido de sí mismo por su mitología, cada línea recta que corona el monte Pentélico habla del poder del hombre sobre el mundo, es la representación del espacio abstracto en que habita un hombre en su mente, se le indica a quienes lo vean, que efectivamente hay un animal sobre la tierra que tiene el poder de transformarla, se dice a los habitantes del futuro que ya han sido puestos los estandartes de la razón, es un primer paso, es tranquilizador, hablan del hombre, hablan de sus tiempos. Por otro lado al ver el Acorazado Potemkin puedo sentir la voluntad irrefrenable de Eisenstein por decirle al obrero soviético que su verdad no es subjetiva, que hay una verdad palpable, que la película es la experiencia registrada y más que solo esta, que es la esencia. Creo que en ambos casos vemos que la obra artística es indivisible de su contexto, no toma distancia, es un fin para la sociedad que la contiene, así como la sociedad es un fin para esta, la obra quiere asentar en el instante de su creación un pedazo del alma de su cultura para constituirla como cuerpo de su época, crea un hogar a partir de un roble.
Bueno, en mi caso, no fue muy distinto. Desde un comienzo todo tenía una lógica que ahora, con la distancia que me permite el tiempo, puedo ver que estaba a la altura de la lógica de cualquier obra maestra de la calaña de las que recién mencioné. Primero que nada, cuando decidí trabajar en esta obra, lo hice por dinero, no es que lo necesitara, mi situación económica en aquel momento no ameritaba que trabajara, por lo tanto podríamos decir que no solo lo hice por dinero sino que lo hice por ambición, ambición de acaparar más de lo que necesito; me parece hasta aquí haber cumplido a la perfección con los ideales de nuestros tiempos, me parece haber estado haciéndole merito a nuestro propio dios, el dinero, no parece haber nada de oscuro o contracultural en esto, me siento íntegro culturalmente. Ahora, antes de seguir, quisiera aclarar los aspectos técnicos de la labor que yo realicé, mi labor como trabajador de una máquina social, fue la siguiente: utilizar una cámara (Panasonic) para grabar un desfile de modas, lo que yo grababa no era solamente registrado sino que además era simultáneamente proyectado en una pantalla LED ubicada detrás de la pasarela para que todos tuvieran una buena perspectiva del espectáculo. En cuanto llegué al lugar tuve que encarnar una posición dentro de la jerarquía que ya estaba claramente establecida, por un lado agachar la cabeza y obedecer a quienes eran por inferencia de fenotipo, mis superiores, y por otro lado cooperar con quienes parecían ser mis pares, aun cumple con las condiciones de integridad cultural para con nuestra época, asumo un lugar en la sociedad, anhelo el dinero de quien está arriba dándome órdenes y por otro lado miro con falsa empatía a mis compañeros, sabiendo que la verdad es que sé que toda la carne que él come, yo no la comeré. Siento que aquí hay un punto importante de la obra de arte que quienes todos los que trabajamos ahí construimos, y es que cada uno de nosotros con nuestros roles, ambiciones y ansiedades, éramos un claro símbolo de nuestra época, es decir, no solo lo era ya el objeto que estábamos construyendo a nivel técnico, sino que también éramos nosotros como trabajadores representantes de los mismos ideales al fetichizarnos como tales, como trabajadores de un desfile de modas. Como digo, todos fuimos parte de la obra, mi jefe más que yo claramente, pero quiero destacar a ciertas participantes que no solo eran parte de la obra, como yo pude haberlo sido sino que destacaban al ser a la vez parte del objeto (el desfile), parte de la mitología (cultura de mercado) y ser las únicas que llevaban esta representación al resto de sus vidas más allá del evento, me refiero a las modelos anoréxicas que esa noche desfilaron. Y es que es envidiable como esas mujeres se sacrifican día a día para ser símbolos de las más ocultas fuerzas de nuestra cultura de mercado, llegan hacer de esta manera objetos de deseo de hombres y mujeres en un sentido erótico, y especialmente para las mujeres en cuanto constituyen también un ideal de belleza para ellas, sin duda eran los diamantes que servían de ojos a la escultura que esa noche construimos. Recuerdo casi como si fuera una iluminación, un momento muy brillante en la noche, estaba yo disfrutando de la fiesta una vez que había terminado el desfile oficial, y vi para sobre la pasarela a la más delgada de las modelos, ella miraba a un fotógrafo que la retrataba y posaba incesantemente, exudaba elegancia, irreverencia y soberbia. Todos valores tan propios de nuestra época que me dejaron plasmados, todos quienes la observaban sonriendo parecían en lo hondo de sus corazones querer ser ella, en ese momento, o bien querer tener sexo con ella, en lo hondo de sus genitales. Serían innumerables los elemento que creo que hacen que esta obra sea una magistral bandera de la cultura que nos toca habitar hoy en día, pero solo me parece imprescindible destacar uno más, y es que al día siguiente todo había desaparecido, dejando atrás nada más que manchas en las paredes, olores repulsivos y un sordo pitido en los oidos de quienes en aquella mágica noche trabajamos al son del DJ.
17 nov 2010
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